viernes, 30 de julio de 2010

INCA Forma y espacialidad

El incario
La incaica fue la última alta cultura de Suramérica. Sin duda, el estado por ellos fundado, tuvo uno de los más inteligentes gobiernos políticos y sociales del planeta. Supieron aprovechar las conquistas técnicas, artesanales y científicas de la tradición secular, junto a la de los pueblos conquistados.
El imperio del Tahuantinsuyo, el más extenso de Amerindia: desde Ecuador al Noroeste argentino y el río Maule en Chile, fue expandido por el inca Pachacuti, su hijo Topa Yupanqui y su nieto Huayna Capac en el lapso de un siglo.
Con una rígida ética, paradigma de conducción administrativa y total pragmatismo; con el absoluto y fusionado mando religioso, político y militar ejecutaron, con precisión y rapidez, las más variadas corporeidades funcionales: una política de conquista, ingeniería de caminos e hidráulica, terrazas de cultivo, urbanizaciones, economía, astronomía, educación, comunicaciones, minería, etc.
Continuando una tradición milenaria, la textilería tuvo amplio desarrollo. Sus diseños adolecieron de cierto convencionalismo pero su factura y terminación fueron excelentes. Los ceramios, producidos con molde, se destacaron por su relevancia utilitaria junto a la ceremonial --principalmente los aríbalos-- siendo su fabricación de gran calidad de pasta y cocido. También la orfebrería tuvo destacada presencia mística y buena terminación.

La Arquitectura
Su principal y más cabal realización plástica fue la arquitectura, de acuerdo con severas convicciones dogmáticas y diseños pragmáticos acordes con sus necesidades. Fue realizada por una eximia dirección y calificada mano de obra que levantó poderosos sistemas murarios de estructura antisísmica con distintos tipos de bloques tallados y ensamblados entre sí sin argamasa --pirca--. Esa arquitectura es la constancia, cuantitativa y cualitativa, de un pensamiento colosal. Concebida con Modo Estético Monumental, es habitual observar dos conceptos morfoespaciales fusionados: el arquitectónico-escultórico y el de integración con el paisaje, su venerada Geografía Sagrada. Así lo demuestran taxativamente Kenko, Sacsayhuaman, Pisac, Ollantaytambo o Machu Picchu, para señalar sólo una síntesis de su enorme obra.
Lo físico fue la facticidad de su poder político, de su afán urbanístico y de su gusto estético, o sea, su acaecer existencial trasmutado en inmensa fábrica; lo metafísico expresó lo mítico-religioso como sublimación poética de impar vigencia.
Los incas no tallaron figuraciones idealizadas de dioses ni retratos documentales; su ideal apuntó más allá de lo humano, de lo meramente cotidiano: se centró en la volición de lo perenne, de lo eternal. Son obras conceptuales, de poderosas estructuras, ajenas a toda figuración.
Escogieron rocas cual sagrada materia, esculpieron la montaña y levantaron pueblos en las cimas de los cerros: tales sus monumentos conmemorativos. Son diseños para una definida presencia de Estilo Purista, realizados como culto a la deificada piedra, símbolo de una desmesurada poesía andina.
De esta manera, tallaron y/o construyeron multiplicadas escaleras y enésimos altares omnipresentes; las colosales murallas de Sacsayhuaman; los intihuatanas: sus gnomones solares; la fortaleza templaria de Ollantaytambo, o las cimas de los cerros Huayna y Machu Picchu.
Siendo la última cultura de la milenaria civilización animista y neolítica americana, extrajeron de la roca, al igual que las culturas olmeca y azteca, la suprema petricidad, esa cualidad expresiva de la piedra que sólo los grandes artistas desocultan. Fue una voluntad plástica siempre en connubio con una función práctica y espiritual, proyectada matemáticamente hacia lo perpetuo, para establecer su magistral presencia ontológica. Por ello, su arquitectura es plástica funcional de severo Monumentalismo ensamblada con la naturaleza; es hábitat plasmado como escultura donde, la espacialidad cósmica percibida se trasmutó en espacialidad conceptual creada; es la expansión de su expresión que permanece inmanente a los Andes.

El Sol, deidad autora y conservadora de la vida; el Paisaje, un todo sagrado necesitado como permanente integración; el Agua, purificadora y genésica; la Piedra, conservadora de la perennidad del Ser y su inmanencia místico-poética, son la síntesis objetiva del pensamiento quechua. Este gnosticismo constante, fundamento motor de su voluntad, fusionó el diseño con el paisaje para crear una nueva topografía que hermanara lo humano con la montaña, lo hecho con la naturaleza.
Aquel construir, fruto desmesurado de los "hijos de Inti", como ellos se consideraban, fue de una soberbia inaudita: quisieron cohabitar con su dorado padre, ascendiendo a las cumbres y reestructurándolas en su honor para satisfacer su colosal concepción templaria. Muchos cerros dejaron de ser naturaleza virgen para transfigurarse en enormes construcciones, para que forma y espacialidad diseñadas desocultaran su poiesis, metáfora de su volición eternal.
Ésta, su idiosincrasia estética, es inmanente a una expresión megalítica similar a la tiwanakota, sus posibles ancestros. Aquellos hombres, empeñados en el dominio de un vasto territorio, lograron hacer suya a la montaña. Arremetieron sobre la volumetría de los Andes y la magnificencia del paisaje. Tal afirmación se demuestra, en descomunal escala, con la transformación topográfica que significaron las numerosas terrazas de cultivo, los caminos, los túneles e ingeniería hidráulica; la talla del roquedal de Kenko y de infinidad de rocas-altares y rocas-esculturas sembradas por Perú. Esta tenacidad por esculpir y construir los califica como escultores y arquitectos natos, sin vínculo alguno con lo figurativo, conceptualizando todo su hacer pues la sagrada piedra fue inmanencia de su Ser étnico que con ella se corporizó.
La vasta otredad edilicia que el incario instituyó fue producto de una dialéctica integradora que estableció un permanente equilibrio entre la materia y su vital espacialidad. Caminando los urbanismos se aprehende la compulsión constructiva habida; la persistencia por marcar sitios e integrarse con "Madre natura", con Pachamama; la gobernada obsesión egocéntrica que resta inherente, cual fantasmal alter ego, al paisaje eternal por ellos diseñado.
Los Andes les trasmitió el poder, educó su matemática mente creadora fusionada con la racional mano artesanal, y cuando la inducción estuvo madura, tomaron la materia pétrea como genésica corporeidad plástica y plasmaron su labor estética para inmortalidad de su Ser quechua.

La ciudadela de Machu Picchu
Mucho se ha dicho sobre esta pequeña ciudad, ubicada en la cúspide del cerro homónimo, pero casi nulo ha sido el discurso filosófico y estético.
Dentro de este ámbito peculiar, los incas resumieron con categórica potencia expresiva, su racionalizado concepto arquitectónico-escultórico como prototipo constructivo. Veamos los contenidos involucrados en la ciudadela:
· Urbanismo social: Idea funcional ideológica: civil, militar, religiosa y agrícola. Idea funcional práctica: como hábitat autónomo.
· Expresión de un pensamiento visual: plástico, arquitectónico-escultórico. Idea estética de la obra: producto de un ordenamiento de recíproco equilibrio entre lo funcional y lo espacial; efecto de una corporeidad fusionada con una venerada Geografía Sagrada y compuesta por cánones morfoproporcionales propios de una Geometría Sagrada.
· Construcción de lo estrictamente necesario aprovechando todo lo dado por la topografía: desniveles de terrenos, rocas y ubicación del promontorio para uso templario. De esta manera, realizar el diseño preestablecido de sus tipos de obras convencionales.
Machu Picchu es un sitio de privilegio urbanístico por la simbiosis conseguida entre el paisaje y lo creado. Se transmutó lo natural en concepto; en volumetría monumental y cerrada, partícipe del paisaje para fundar una comunión cósmica. Aquí hay un estricto compendio de parcialidades ensambladas con notable pericia y funcionalidad. Es un juego dialéctico uniendo sectores utilitarios: civil, militar, sacro y agrícola, estableciendo un intimismo focalizado dentro del todo monumental. Generalmente lo construido por el incario tuvo esas características.
En este proyecto político y social, se levantó un hábitat de evidente pragmatismo aunando lo místico y plástico, lo arquitectónico y la ingeniería. Tal sensación es solo percibida por el hecho de estar allí y sentir allí. Es la fuerza expresiva de aquella Fe, genitora de tanta voluntad de ser la que, ambulando por los siglos de sus piedras aún hoy nos impacta, abruma y embelesa.
Machu Picchu es arquetipo de aquel acendrado misticismo por el paisaje, por lo pétreo, lo solar y lo hídrico. Es un comprimido ejemplo arquitectónico-escultórico, hijo de un inmaculado pensamiento formal; diseñado y colocado en el Tiempo para cumplir su destino de ser Naturaleza.

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